Ninguna cultura debe ir en detrimento de los derechos humanos
Todos los pueblos de la tierra tienen derecho a que se les respete sus propias formas de vida, sus tradiciones, su folklore y su cultura en general. Pero también cada pueblo tiene derecho a señalar las practicas culturales de otros pueblos que se considere que atentan contra los derechos humanos.
Es natural que al pensar en violaciones a los derechos humanos por razones culturales lo hagamos desde nuestra óptica occidental y nos vengan a la mente la ablación del clítoris o el racismo por motivos religiosos en los países africanos. Sin embargo, otros podrían decirnos que muchas empresas occidentales trasladan su producción a ciertos lugares del tercer mundo para rebajar costes, a costa de pisotear derechos básicos de las personas a quienes emplean (muchas de estas personas más que empleados son más bien auténticos esclavos, niños y niñas incluidos).
Tenemos que admitir entonces que, en la práctica, las distintas culturas no piensan lo mismo sobre los derechos humanos. Para que se pueda hablar de derechos humanos universales en la práctica, estos deben ser consensuados, interiorizados y respetados por las diferentes culturas que pueblan el planeta.
Lo cierto es que si bien debemos respetar esos patrones culturales y las tradiciones de cada pueblo no es menos cierto que existen prácticas en uno y otro lado del planeta que atentan contra valores esenciales que ninguna cultura, sistema social o coyuntura política puede saltarse, porque están directamente asociados con el irrespeto a la vida y la dignidad humana. Son esos valores que nos remiten a la regla de oro que dice: "No hagas a otro lo que no deseas que te hagan a ti".
Pero además de tener el derecho y la obligación de señalar las prácticas culturales de otros pueblos que están reñidas con los derechos que expresan valores humanos esenciales, también debemos tomar en cuenta que la solución a este problema es compleja y de largo plazo, porque ningún cambio efectivo y duradero se da por imposición sino por convencimiento.
Podemos comenzar por examinar nuestra propia conducta. Si logramos identificar en ella prácticas de ese tipo comunes en nuestra cultura, si lo reconocemos, tomamos conciencia de ello y asumimos nuestra responsabilidad, no sólo para condenarlas en nuestro entorno sino para contribuir dentro de nuestras posibilidades a su eliminación, estaremos dando un primer paso.