El mundo necesita una ética de mínimos, universal y de consenso
La creación de un sistema de valores nuevo es hoy día una cuestión de supervivencia. Dicho sistema debe constar de unos valores mínimos universales y asegurar a partir de ahí la libertad individual. Se debe usar el diálogo crítico y el método científico para encontrar valores universales y al mismo tiempo asumibles por las diferentes creencias, religiones y tradiciones.
El desarrollo tecnológico, el crecimiento demográfico y otros factores proporcionan al ser humano de hoy un poder inédito en la Historia. Este poder puede ser usado para conseguir enormes beneficios o causar grandes catástrofes. Por eso es imprescindible tener un criterio claro y eficaz para guiar nuestras acciones.
El mundo está ahora tan interconectado que un cambio en cualquier lugar puede tener efectos sobre todo el planeta. Por eso es necesario alcanzar un subconjunto mínimo de valores consensuados y aplicados de forma universal, sin excepciones. Pero no todos somos iguales, hay que mantener la diversidad, no todos debemos pensar igual o hacer las cosas de la misma manera. La forma correcta es plantear los valores en forma de mínimos irrenunciables, como en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. A partir de ahí, cada cual puede desarrollar nuevos valores propios.
Hasta ahora, ninguna revelación, iluminación o tradición ha conseguido ofrecer evidencias universales, compartidas por toda la Humanidad. Aunque es cierto que la fe proporciona una evidencia de verdad muy fuerte para aquellos que creen, gentes diversas sostienen creencias diferentes y a menudo contrarias, e incluso personas que en general comparten una misma confesión, pueden diferir en aspectos particulares de las mismas. Los intentos de universalizar las religiones acaban siempre en imposiciones autoritarias.
Algo similiar ocurre con el seguimiento de la Tradición. Cuando una afirmación es sostenida por muchas personas durante mucho tiempo, es una muestra de su solidez, pero no necesariamente es garantía de verdad. Basta acudir a la Historia para comprobar que millones de personas pueden estar equivocadas durante mucho tiempo. Además, la Tradición por sí misma carece de herramientas para solucionar conflictos entre diferentes tradiciones incompatibles.
El método que más eficaz se ha demostrado para encontrar evidencias sólidas y universalmente compartidas es el científico. Este método puede y debe ser usado para construir el sistema del que hablamos. Ante una pregunta ética, lo primero es usar el diálogo para buscar una posible respuesta, un valor. Y una vez encontrado, hay que contrastarlo con la realidad. Acudir a sociedades que viven o han vivido según el valor en cuestión, y comparar con quienes viven con otros valores diferentes. Y observar con ojo crítico si realmente influye en aumentar la felicidad humana o no. Mantener un debate abierto, permanente y libre, y tener el valor de cambiar los valores si se demuestra que no son útiles, sustituyéndolos por otros mejores.
Lo interesante de esta propuesta es que se puede llegar al consenso sin tener que resolver previamente el dilema de si la Religión y la Tradición siguen teniendo validez, o bien deben ser suprimidos del todo. Basta con no permitir que ninguna de ellas se constituya como fuente única y común de verdad, sino que cada persona individualmente elija si cree o no en una u otra. Los religiosos, excepto los fanáticos, están de acuerdo en que la revelación divina, las sagradas escrituras, tienen que ser sometidas a una exégesis, una interpretación para encontrar su auténtico sentido. Este proceso puede ser asimilado al debate crítico mencionado arriba. Así, los creyentes pueden participar tranquilamente en el proceso sin renunciar a su fe, y buscar que los valores consensuados sean compatibles con las enseñanzas de sus maestros, profetas, antepasados, etc. Después de todo, si esos maestros eran buenos, lo lógico es que su mensaje, al ser correctamente interpretado y aplicado a la realidad, se demuestre beneficioso para la humanidad.
Los no religiosos también pueden fundamentar el sistema según sus propias creencias. Por ejemplo, los partidarios de la Ley Natural pueden considerar que el ser humano tiene una manera natural de organizarse, unas leyes físicas, y que el proceso sirve para descubrir esas leyes. Los Racionalistas confían en la Razón humana para descubrir los auténticos valores. Los agnósticos y los pragmáticos, no se molestarán en buscar un fundamento trascendental al sistema, lo que les importa es que funcione.
Esta es la manera de que el máximo posible de seres humanos asuman estos valores como propios, y los ejecuten por convicción de que son buenos, no por imposición de una autoridad. Y que cada persona sea responsable de hacerlos cumplir, en lugar de permitir que lo haga un pequeño grupo de poder.