La monarquía es un régimen político obsoleto y antidemocrático
La democracia se basa en la igualdad de derechos de todos los ciudadanos y la monarquía se basa en el privilegio automático del que gozan los reyes y sus descendientes naturales. Un concepto es incompatible con el otro y hoy en día no hay razones de peso para mantener monarquía alguna.
La monarquía es un régimen político que se basa en el hecho de que una persona es agraciada con toda una serie de derechos sobre una corona, un Estado, por el simple hecho de haber nacido en la familia oportuna. Ésta fue la garantía de continuidad en el poder de la que disfrutaron diversas familias reales durante siglos. Su justificación fundamental era de tipo confesional: el heredero de la corona siempre lo era por la gracia de Dios, que era quien ponía una alma determinada en el cuerpo del hijo de un rey. Incluso la victorias, derrotas y traiciones reales tenían una justificación divina: el rey ha muerto ¡viva el rey!
En un principio los reyes fueron guerreros, por lo general también han tenido autoridad religiosa y económica. Las luchas entre reyes (y emperadores, similar figura mono-árquica) y sus intentos por mantener el trono han sido la causa de la mayoría de guerras reportadas en la historia de la humanidad. En la época moderna y contemporanea unas familias reales fueron expulsadas a la fuerza, otras pudieron abdicar, pero algunas se han mantenido hasta la actualidad.
Quizás las reconversiones a monarquías parlamentarias tuvieron alguna razón de ser en el día en que fueron acordadas, pero ya no más. En los estados democráticos y no confesionales la monarquía no tiene sentido alguno, se mire por donde se mire.
Hoy las monarquías se mantienen básicamente gracias a un inmovilismo institucional, una falta de crítica y transparencia auspiciada por las leyes que protegen a las familias reales y una constante campaña promocional global a través de los medios de comunicación en general y la prensa del corazón en especial.
Ninguno de estos pilares se caracteriza por su solidez democrática.
Naturalmente, en un estado democrático una decisión como dar fin a una monarquía debería pasar por una consulta a la ciudadanía... si el rey o un sucesor suyo estuviera dispuesto a mantener la monarquía.
Pero en cualquier caso la abdicación o la renuncia a la sucesión en la corona debería ser una decisión adoptada libremente por las propias familias reales, por lo general integradas por personas de buena formación y conocimiento de los asuntos políticos. Si un rey se considera apto para gobernar también será apto para reflexionar y tomar una decisión sobre su propia abdicación. Si un príncipe se considera apto para suceder al rey, también será apto para reflexionar y tomar la decisión de finalizar con el anacronismo del que, al fin y al cabo, no ha escogido formar parte.
Dicho de otra manera, en el siglo XXI un buen rey o un buen príncipe es aquél que llegue a la conclusión que lo mejor que puede hacer en su reinado es abdicar.
El paso de una monarquía a una república requiere una reforma constitucional donde se recoja las nuevos formas de administración de los poderes y responsabilidades que recaían en el regente. Esta reforma constitucional debe ser fruto de un debate social y debe ser aprobada mediante referendum. Cada país decidirá cuál es el sistema de gobierno que prefiere, pero lo deseable es que las nuevas repúblicas promuevan el reparto de poderes en varios equipos y organismos, de forma que no se fomente la acumulación de poderes en una sola persona.